Promedia el Año del Señor 2014 y las nubes
grises se ciernen otra vez sobre la Economía Política argentina.
No se trata de las nubes negras que se vieron
entre el 98 y el 2001 pero es bueno ocuparse de que no lleguen a serlo. Y bueno
sería también despejar los cielos futuros para que los vehículos del Desarrollo
puedan volar en lugar de carretear.
Quienes quieren asemejar el actual momento a
lo acontecido en 1975, lo hacen de mala fe y con el ferviente deseo de que el
actual proceso finalice de manera parecida. A Dios gracias, ni un Celestino
Rodrigo (léase Ricardo Mansueto Zinn) ni un Domingo Cavallo se hallan presentes
en la gestación de los problemas actuales.
Estas actuales dificultades no son hijas de la
brutalidad neoliberal, sino de un bien conocido problema estructural en el que,
de modo recurrente, recaen las economías que no han podido superar su matriz
productiva agroexportadora. Se ha llamado al ciclo que prevalece en estas
estructuras semiindustrializadas, ciclo de Stop and Go. (Frenar y recomenzar.)
El fenómeno, en una descripción gruesa,
consiste en el hecho de que, luego de unos años de expansión de la economía,
ésta comienza a mostrar síntomas de desaceleración e incluso de retroceso. Las
importaciones (y su demanda) crecen a un ritmo mayor que las exportaciones (y
su oferta) y en algún momento el país se encuentra con que la factura neta del
comercio exterior es deficitaria. Si quiere sostener el crecimiento debe
endeudarse tomando capital externo, cosa que puede hacer de dos formas: con
inversión externa directa (IED) o con préstamos (Deuda Externa), para así
financiar por un tiempo el déficit comercial. Claro está, el ahorro externo no
es gratuito y tiene intereses o ganancias remitidas al exterior. Esto implica
la urgencia de que, sean los préstamos, sean las inversiones extranjeras,
generen al cabo de un tiempo un nuevo y mejor equilibrio de exportaciones e
importaciones, superando el déficit anterior. Si esto no ocurre sólo se habrá
postergado el problema, o bien se habrá agravado, pues ahora necesitamos no
sólo pagar la factura de importaciones sino también la de intereses y
dividendos del extranjero.
El stop
and go ocurre básicamente porque los productos que el país exporta no
incrementan su oferta y producción (son inelásticos, dicen los economistas) al
mismo ritmo que las importaciones (que son en cambio elásticas ante el
crecimiento).
¿Las causas? Entre otras, la expansión de la
producción de exportación, depende de la tierra, y por tanto su mejora debe
esperar nuevas técnicas, que no cambian todos los años, o un corrimiento de la
frontera agropecuaria, lo que exige ocupar tierras menos productivas. En cuanto
a las importaciones, en países como los
nuestros, son crecientes en razón de que la Industria no es autónoma (1).
Requiere dicha industria máquinas e insumos importados que no se saben producir
localmente. Para colmo de males, se verifica en las estadísticas que, ante un
crecimiento de la demanda de productos industriales, la demanda de sus
componentes importados no sólo aumenta, sino que lo hace más que
proporcionalmente, es decir se dispara.
En definitiva, lo que está mostrando el stop
and go es que la industria, que en general nació protegida para abastecer el
mercado interno, es incompleta verticalmente y esto de manera no deseada y
planificada, sino como resultado de un defecto constitutivo. Tan es así que,
aún en el caso de los últimos años en que los precios agropecuarios fueron
favorables, se llegó al stop and go. Es decir, bajos precios o deterioro de los
términos del intercambio agravan la restricción externa, pero ésta puede darse
sin que esos fenómenos aparezcan en la cadena causal.
El problema se afronta en dos dimensiones
temporales, a saber, el corto y el largo plazo, aunque debe enfatizarse siempre
que el largo plazo también comienza en el presente, caso contrario es un
larguísimo plazo, que no es lo mismo aunque suene parecido.
En el corto plazo, la restricción
externa, que así se llama también este fenómeno de escasez relativa de divisas,
lleva a la devaluación. Al ser más caro el dólar, disminuyen las importaciones,
por las buenas o por las malas. Por las buenas porque hay sustitución genuina
de importaciones por producción local. Por las malas porque no se sustituye, y
baja el producto bruto interno por falta de insumos importados. Por supuesto,
de esta segunda manera, baja también el salario y la ocupación, al menos al
principio del ciclo.
La devaluación también busca una mayor
producción exportada, sea de productos tradicionales, v.g. granos, sea de productos
industriales. Lamentablemente las estadísticas conocidas no parecen demostrar
que esta transferencia de ingresos a los sectores agropecuarios aumente la
magnitud de su producción. Esta ha aumentado en los últimos años, pero es
probable que por mejoras técnicas de origen autónomo y no inducido. La
devaluación no compensada, es decir sin retenciones, suele favorecer la fuga de
capitales. El capitalista agropecuario, al encontrarse con un mercado interno
deprimido y no teniendo vocación industrial, expatría las ganancias que exceden
su consumo local.
Con todo, este doloroso mecanismo de
disminución de la producción y el empleo, crea en algún momento la posibilidad
de una reactivación modesta. Es el momento del “go” cuando a pesar de los bajos
salarios (menor demanda) pero también
gracias a ello (menores costos), el encarecimiento del dólar permite encarar una
cierta reactivación de la producción industrial interna ante el encarecimiento
de las importaciones. El fenómeno es influido por muchas otras variables que lo
retardan o aceleran, pero en definitiva
esta es su esencia estructural.
En el largo plazo, la restricción
externa desaparecería si algunos sectores
industriales, energéticos y aún de
servicios, obtuvieran competitividad internacional de modo que la matriz
productiva no sea dependiente en forma excesiva de las exportaciones agropecuarias.
Con esta configuración actual, la Economía
Política argentina, y las latinoamericanas, evolucionan con un crecimiento cuya
gráfica tiene la forma de filo un serrucho ascendente. En cada crisis de stop
and go hay una bajada, con tiempo y
bienestar perdidos. Sin embargo, la economía argentina (per cápita) ha tenido
un crecimiento secular notorio pese a los stop and go, hasta 1975. Luego
también, aunque esto es historia reciente, desde 2003 hasta la fecha. La
equidad de esa mejora es otro tema. Esto quiere decir que la no completitud de
la matriz productiva y sus periódicas crisis no inhiben una cierta mejora del
bienestar y un progresivo aunque zigzagueante Desarrollo.
Nos detendremos aquí en el tema del
crecimiento para refutar un mito de falso sentido común, pero que se hace
extensivo en ocasiones a los ámbitos académicos, en la medida que estos
permiten también la falta de rigor técnico y su reemplazo por la Ideología.
Suele decirse, cada vez que el freno del stop and go se hace presente, que el
país dejó de crecer desde que el Populismo rigió sus destinos. Objetivo de esta
implicación es el Justicialismo que presuntamente habría desaprovechado la
oportunidad de insertar al país en el mundo abriendo su economía. Para hacer
esto se compara el crecimiento de las economías de los países desarrollados de
Europa Occidental y EE UU, Australia, Canadá y Nueva Zelanda con el crecimiento
argentino de los años 45 a
70 del siglo XX. Puesta sobre la mesa esta maniobra estadística, luego se dice
que la debacle posterior, no es más que el lamentable resultado de la no
resolución de este aislamiento del mundo en que el Populismo nos ha metido.
Un simple gráfico que adjuntamos mostrará como
se puede mentir alevosamente dando cátedra universitaria sin que un justo
castigo sancione al quizás autoengañado profesor.
La Argentina creció en el período 45-70 menos
que los países capitalistas desarrollados centrales
, que tuvieron en ese período su llamada Edad de Oro, como ilustra la tan
difundida obra de Thomas Piketty, Capital en el Siglo XXI. Pero el país crecía
sostenidamente y lo hacía aproximadamente al mismo ritmo que el resto de los
países latinoamericanos donde, en muchos casos no había ningún populismo
peronista sino más bien lo contrario. La Región en su conjunto crecía tanto
como lo permitía su capacidad exportadora y su incompleta estructura
industrial, es decir según el stop and go. Digamos de paso que, quienes
refieren en el Justicialismo el origen de todos los males, omiten que el mismo
no estuvo en el poder desde el 55 al 70 del período analizado. Omiten también,
cuando inflaman los odios de la gente bien con su discurso, que el Uruguay que
se suponía la Suiza de América en el inicio del período en cuestión, se estancó
más que Argentina, sin que ningún populismo peronista lo contaminara.
Es decir, el Justicialismo (original) tuvo una
performance similar a la de otros gobiernos del período, sólo que con una mayor preocupación por lo
social y la intención consciente de un desarrollo autónomo. No cerró la
economía ni la abrió más que otros gobiernos de Argentina y de la Región. No es
el culpable de la decadencia argentina ni el único factótum de su progreso.
Sin embargo decimos nosotros, que en el
conjunto del relativamente virtuosos período 45/75, agregando cinco años
posteriores a la crisis de los 70 en los países desarrollados, el país pudo,
gobernado por peronistas, antiperonistas y no peronistas, sostener ciertas instituciones
económicas virtuosas y desarrollistas, que nadie se animaba a cuestionar aunque
fuera el caso de una dictadura militar como la que gobernó entre el 66 y el 73.
Tanto es esto así que en Brasil se gesta en este período parte del desarrollo
que hoy se le reconoce a este país, desarrollo que fue promovido por una
dictadura militar cruel pero desarrollista, en el sentido de industrialista
planificadora.
El gráfico de la evolución de nuestro Producto
Per cápita, muestra sí dos momentos de caída muy fuerte. Estos se verifican en
consonancia con las políticas económicas de los señores Martínez de Hoz y
Cavallo y sus sendos finales explosivos. Estos procesos no dejaron sólo el
lastre de un menor crecimiento como en los stop and go que nos ocupan. Dejaron
desindustrialización, multiplicación de un para colmo estéril y en parte ilegal
endeudamiento externo, aumento de la pobreza y la precariedad laboral y por
ende disolución familiar y violencia social. Si algún antiperonista
recalcitrante quisiera buscar el pecado mortal de este movimiento político, lo
podría encontrar en el gobierno de Carlos Menem, al que los anticuerpos del
Movimiento no se opusieron, o, algo más atrás en el tiempo cuando los herederos
de facto María Estela Martínez y José López Rega entregaron el país a las
hordas de la ultraderecha económica, en el fatídico año de 1975. Pero la
incongruencia del antiperonista sería muy autoinculpadora, pues en esos
episodios se hizo lo que el antiperonismo predicaba. Como dijera Alejandro
Dolina, llegamos a tener la Unidad Básica Almirante Rojas.
Esto ha sido revertido sólo en parte luego del
cambio de rumbo de 2003. Pero los condicionamientos objetivos que tuvo la
política económica en los años recientes, así como los errores cometidos, hacen
que estemos nuevamente amenazados por la posibilidad de una frenada brusca.
Peor aún, este freno puede dejar heridos y pérdidas sociales si es mal
gestionado a posteriori. Los Profetas de la “apertura al mundo financiero”,
pueden intentar un tercer ciclo neoliberal, resucitando con una nueva cara a
los señores Martínez de Hoz y Domingo Cavallo y lo que con ellos nos fue dado
como purgatorio.
El tan denostado Justicialismo no sería
obstáculo para la remake. No tiene los anticuerpos que su fundador creyó ver,
al menos no los anticuerpos hacia el neoliberalismo. Con todo lo valioso que
socialmente ha sido el Justicialismo, no están sus dirigentes inmunizados
contra el sentido común neoliberal. Siempre hay entre ellos un ignorante que
cree que se acumula por derecha y luego él distribuirá por zurda, en un alarde
de viveza criolla.
Frente al stop and go, la sociedad argentina
reacciona histéricamente. Sus “masas generales” o sea su amplia clase media
culpará a los políticos y supondrá que lo que cree perder está en los que estos
pudieran haber robado. Ignorante como es de todo lo que supere el nivel
científico de un teleteatro, creerá con deseo de participar con su 4x4 lograda
gracias al kirchnerismo (perdón, gracias a su esfuerzo personal) en cualquier
discurso emanado de la Sociedad Rural y sus acólitos. Luego por cierto tendrá
que liquidar la 4x4 pero la culpa será de los políticos.
Los trabajadores productivos por su parte, minoría social que algunos politólogos
aún suponen que es mayoría, reaccionará reclamando con justicia el
mantenimiento del valor de su salario. Se le contestará, si lo logran
temporariamente, con inflación creciente. El gobierno mientras tanto, podrá
convalidar la inflación estructural así generada con una política de dinero
pasivo o deberá reconocer la necesidad de apagar la inflación con represión
monetaria, es decir con el triste método de la desocupación, al no convalidar
los nuevos precios y por ende cediendo a la recesión como remedio forzado. La
inflación argentina, tan particular, ya es tiempo de saberlo, es resultado de
una puja distributiva exacerbada y del fracaso, por ende, de la política de
ingresos. Es inflación estructural y no de demanda.
Todavía los trabajadores productivos, pese a
la experiencia social que les dio el Justicialismo, no están preparados para
luchar políticamente por la distribución del excedente de un modo que no se
restrinja al aumento de salario nominal. Esto requeriría un mayor nivel de
conciencia y el involucramiento en el proceso de modernización de su rama de
actividad.
Afortunadamente, la experiencia histórica del
Pueblo Argentino permite ser más optimistas. Cada retroceso social sufrido por
los ataques especulativos del Neoliberalismo dejó alguna enseñanza. Menos cada
vez serán los que crean que YPF y Vaca
Muerta se pueden entregar por “papeles de la deuda” y así llegar al Paraíso.
Pero se deberá comprender que la superación
del desarrollo inconcluso, la superación de la brecha social creada a partir de
1975 y en consecuencia el recomenzar del Desarrollo, son tareas que exigen
cerrar progresivamente la Restricción Externa.
La superación de tal restricción externa, que
en el lenguaje político pudo llamarse Independencia Económica o Liberación
Nacional, no es sinónimo de simple autarquía, pero tampoco es la especialización
excluyente en producciones primarias. Las teorías científicas del libre
comercio internacional no dictan que los países deban “especializarse” en el
sentido de renunciar a determinadas producciones “no naturales”. Sólo dicen que
los países deben exportar en primer lugar
aquello en los que tienen mayor beneficio e importar en primer lugar aquello en los que tienen imposibilidad de producir o
lo hacen con mayores pérdidas de eficiencia. La Teoría de las Ventajas
Comparativas, originada en David Ricardo, no le dice a Inglaterra que renuncie
a la producción de aquello en que otro país es más eficiente. Sólo indica que
la matriz productiva elegirá las producciones internamente más eficientes. Esto es así por una razón obvia pero
que escapa a la percepción de algunos pontífices de la economía. La factura de
importaciones sólo puede ser, a largo plazo, tan grande como lo permita la
factura de exportaciones. Más allá de ese límite hay que producir localmente o
no producir ni consumir. Digamos de paso que un país condenado a una producción
determinada al que se inhibe de encarar producciones adicionales, es un país
colonial. Se supone que tal especialización y la necesidad de su superación fueron
el motivo de nuestra Independencia Política, antes que las “esencias”
identitarias rioplatenses.
Pero se trata de producir más, o por lo menos
hacerlo con productividad creciente, lo que no es otra cosa que la habilidad de
lograr la mayor cantidad de bienes y servicios con la menor cantidad de horas
de trabajo. No otra cosa es la eficiencia, que no debe ser confundida con la
rentabilidad. Y esta habilidad no es otra cosa que lo que los economistas
llaman frontera técnica de la producción. Los bienes y servicios se deben
producir con la mejor técnica o lo más cerca de la misma que se pueda.
Se puede tomar la decisión de encarar la
producción de bienes que, en su mejor técnica, son mano de obra intensivos.
Pero no debe esto ser confundido con el uso de técnicas mano de obra intensivas
no óptimas, lo que sólo es una sólo un mal negocio para todos. Otra cosa es
como hace una sociedad que progresa para ocupar la mano de obra que va quedando
libre ante los avances de la tecnología. Nadie debiera confundirse creyendo que
el pleno empleo se logra con retraso técnico.
El Paso al Desarrollo en la sociedad moderna
es difícil porque se trata de un laberinto con muchas falsas salidas.
No se sale del desarrollo inconcluso sólo con
nacionalizaciones, aunque sean válidas en ocasiones. Los árabes nacionalizaron
sus industrias petroleras pero está a la vista que no despegaron.
No se sale tampoco con la simple apertura de
la economía al capital externo. Esto puede ser deseable, pero se tratará de un
capital externo que mejore el balance de divisas del país receptor, no de uno que
desplace capitalistas locales para que estos vivan de la venta de sus activos.
La inversión externa es tan importante que un país desarrollado debe ser
titular de inversiones en el exterior, y las utilidades remitidas se financian
con las utilidades repatriadas.
No se sale tampoco con el logro de productos
de alta tecnología per se, si esto no se da con procesos de producción
eficientes frente al mercado. Rusia sabe hacer casi cualquier producto incluidos
los más sofisticados, pero no lo hace aún con eficiencia de proceso.
No se sale de subdesarrollo con empresas
débiles. El desarrollo es también la capacidad de imponer productos aunque
estos sean tan sencillos como Coca Cola. Esto requiere, para los países
atrasados, alianzas estratégicas pero operativas entre ellos. Brasil y
Argentina deben integrarse, no como deseo sino como imperativo.
No se sale del subdesarrollo con plataformas
exportadoras en base a mano de obra barata. Siempre habrá un Bangla Desh más
“eficiente” en este lúgubre concepto de eficiencia.
La variable distintiva del Desarrollo es la
Complejidad Económica, lo que implica técnicas avanzadas de producción y
comercialización, empresas globales y estándares de producto de excelencia. Sin
esto, cualquier política macroeconómica, sea de inspiración neoliberal o socialista, fracasará. Es claro
sin embargo que, en general, un ambiente
de mejor distribución del ingreso y de fomento de la inversión pública es más
propicio que uno de austeridad presupuestaria. Pero la buena política económica
no es la condición suficiente para salir del stop and go. Es sólo la condición
necesaria.
Es ésta una tarea muy compleja. Pero si no se
la asume con acciones acumulativas y persistentes, el facilismo neoliberal
retornará para hacer su agosto y luego retirarse, pero dejando un saldo de
destrucción de activos sociales. Se nos dirá que hay que “volver al mercado”,
como si alguna vez nos hubiéramos ido, y abandonar la planificación y la
regulación. Y si el gobierno democrático no gestiona bien este desafío, la
mentira será creíble, por un tiempo. Un tiempo perdido, una vez más.
No es esto inexorable. La determinación que
los fenómenos económicos ejercen sobre la conciencia social existe, llevándola
de la euforia al pesimismo, según el momento del ciclo económico. Pero puede
ser superada por otro tipo de determinación, la que surja de una construcción
modernizadora consciente y colectiva. Esto requiere ejemplos notorios que sean
percibidos como referencia.
Comparación del PIB per cápita nominal de Argentina, Brasil, Chile y México, en el último siglo, basado en WorldPopulation, GDP and per cápita GDP (enero de 2010).
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(1) Se
define la industria de un país como autónoma cuando no depende en forma absoluta y general del abastecimiento de partes del exterior y cuando genera
exportaciones con las cuales pagar sus importaciones, sin depender del sector
agropecuario o del sector servicios.
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